Paseito en el pilón
Me preparo para la operación, reposando en casa y con la cabeza bocarriba, haciendo el cuerpo y la cabeza a este letargo. Me operan del ojo derecho y paso la noche en el hospital, dolorido, aturdido, casi con los ojos cerrados. Es una situación extraña e inédita, como entrar en otro mundo de sensaciones y actividad. Me acompaña la familia, me llevan de la mano, me dan de comer y Patri me lee, a Clarice Lispector, que conecta con mi ahora agrandado mundo interior, esa es la percepción que tengo. Tumbado de lado, con los ojos cerrados e imaginando todo alrededor. El tiempo pasa despacio y sólo pienso en descansar bien y salir del hospital. El futuro es llegar a casa, que me lo imagino cómodo y tranquilo. Ya en casa vivo el presente sintiendo cada momento, el de estar tumbado, sentarme para comer algo o beber, el paseito por la casa o al baño, el de las gotas y las pastillas; y así van pasando los días, despacito, queriendo estar bien, sin que me duela la cabeza, la muela; cumpliendo el penoso reposo para que se recupere el ojo, el agua con pajita, los parloteos de Antonia, la presencia de Patri, los cuidados del resto de la familia me ayudan a sobrellevar esta convalecencia encerrado. Muchas veces respiro profundamente para relajar el dolor y ya pasa. Ahora tengo más presente cada rato la fragilidad de mi cuerpo que creía sano y no lo es. Siento la fuerza de ser dependiente y cuidar.
Estos días estaba llevando una vida
normal, incluso tranquila y relajada, lo que viene siendo tranquila y
relajada para mi actividad habitual. Miro atrás y hago recuento de lo
que ahora no puedo hacer y añoro: paseitos por el campo, con mi patri y
mi gigi; recuerdo salir de casa el sábado hace ya una eternidad, por el
camino de los burritos hacia la ermita y subir al pilón a ver los
perfiles de la pedriza nevados; la elaboración de comidas ricas;
lecturas, en papel y en internet; jugar con la gigi, bañarla, cambiarle
el pañal, pasearla en brazos; salir a correr con Javi; escribir la tarea
del seminario; asistir a la escucha y al seminario; a charlas en
Entredós y manis en la calle; un sinfin de pequeñas cosas que hacían mi
cotidianidad. De repente un día dejo de ver bien por un ojo y me
preocupo, acudo a mi centro de salud (menos mal que ya tengo tarjeta
sanitaria). Me diagnostican un desprendimiento de retina, de repente se
para toda mi actividad y empiezo a ser más consciente de la
vulnerabilidad de mi cuerpo (hasta ese momento sano) y de la dependencia
de otras personas que me cuidan.
Soy
miope desde hace muchos años y por esto con propensión a un
desprendimiento de retina con un sobreesfuerzo o golpe. No lo recuerdo
de los últimos días, pero bien podría haber sido esa carrerita por la
pradera, recoger y partir leña, subir a la maliciosa, subir las bombonas
de propano por las escaleras.
Me preparo para la operación, reposando en casa y con la cabeza bocarriba, haciendo el cuerpo y la cabeza a este letargo. Me operan del ojo derecho y paso la noche en el hospital, dolorido, aturdido, casi con los ojos cerrados. Es una situación extraña e inédita, como entrar en otro mundo de sensaciones y actividad. Me acompaña la familia, me llevan de la mano, me dan de comer y Patri me lee, a Clarice Lispector, que conecta con mi ahora agrandado mundo interior, esa es la percepción que tengo. Tumbado de lado, con los ojos cerrados e imaginando todo alrededor. El tiempo pasa despacio y sólo pienso en descansar bien y salir del hospital. El futuro es llegar a casa, que me lo imagino cómodo y tranquilo. Ya en casa vivo el presente sintiendo cada momento, el de estar tumbado, sentarme para comer algo o beber, el paseito por la casa o al baño, el de las gotas y las pastillas; y así van pasando los días, despacito, queriendo estar bien, sin que me duela la cabeza, la muela; cumpliendo el penoso reposo para que se recupere el ojo, el agua con pajita, los parloteos de Antonia, la presencia de Patri, los cuidados del resto de la familia me ayudan a sobrellevar esta convalecencia encerrado. Muchas veces respiro profundamente para relajar el dolor y ya pasa. Ahora tengo más presente cada rato la fragilidad de mi cuerpo que creía sano y no lo es. Siento la fuerza de ser dependiente y cuidar.
En unos días me imagino que volveré a la vida normal y esta experiencia quedará como una huella indeleble.
...cuídate mucho y déjate cuidar. Me encanta tu última reflexión: a veces, las personas "fuertes" debemos asumir nuestra fragilidad sin creer que estamos fallando. ¡¡¡ Mucho ánimo!!!
ResponderEliminarPiedra.
¡Mil gracas por compartir tanta verdad sobre el cuerpo humano! Nos enfermamos por el simple hecho de estar vivas y vivos. Besos.
ResponderEliminar¡Mil gracas por compartir tanta verdad sobre el cuerpo humano! Nos enfermamos por el simple hecho de estar vivas y vivos. Besos.
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