domingo, 16 de septiembre de 2012

caminando los Pirineos: Ballibierna

ibones de Ballibierna
El domingo nos levantamos de noche, poco más de las seis de la mañana. El cielo seguía cuajado de estrellas y según nos desperezábamos y desayunabamos tranquilamente se iba apagando con la luminosidad creciente del amanecer. Conseguimos salir a las 8 de la mañana cuando ya se veía perfectamente. Ya habían pasado algunos autobuses-taxi que llevaban a la gente desde Benasque al final de la pista, en el refugio de pescadores. Nosotros teníamos claro que empezabamos a principio del valle hasta la cumbre y vuelta. También creíamos que iba a ser más corto y al final nos salieron unas doce horas, casi de sol a sol, y es que ya nos acercamos al equinocio. Seguimos las marcas rojas y blancas del GR-11 por la pista hasta el refugio, que ya conocíamos de la última acensión al Aneto. Y continuamos por el sendero que asciende entre granitos y bosque a los ibones, con el collado y el pico al fondo. Flanqueados por la izquierda por el macizo de las Maladetas, con el Aneto como máxima altura, ibamos caminando y charlando, hoy más tranquilos, ya se notaban los dos días intensos de actividad. Parece que las nubes se iban juntando unas horas antes y temíamos que llegaramos arriba con lluvia o que incluso no pudieramos subir con seguridad. Los prados e ibones se sucedían hasta muy arriba. En el último, que llaman ibón helado, aún quedaban restos de nieve helada, y empezamos a encontrarnos algunas personas montañeras que van bajando de la cumbre. Me reconocen una pareja que coincidimos el sábado en el Posets y me animan a la última cuesta. Cuando llego a la arista cimera, de nuevo me sorprende un quebrantahuesos, este verdaderamente cerca a simple vista, saco rápidamente los prismáticos y lo veo evolucionar por encima de mi cabeza. Distingo perfectamente sus plumas barbadas negras, quizá por eso se llama Gypaetus barbatus, su color anaranjado y su cola y silueta característica. A lo lejos, en el fondo del valle evoluciona otro más, posiblemente la pareja. Sigo emocionado con la vista de todo el valle que hemos recorrido, las crestas de las Maladetas (Salenques, Llosas); el horizonte del macizo de Posets que pisamos el otro día, el del Cotiella, el macizo de los Besiberris, que pateamos en los Carros de Foc y mucho más. Es la primera vez en esta cumbre y con una nueva perspectiva de todos estos lugares. Ahí está Javi y lo compartimos gustosamente. Hay más gente, parecen de Cataluña, luego nos dicen que el martes es fiesta, la Diada, claro, (este mismo día había una gran mani por la Independencia). Estamos en la cumbre principal, 3067 m. y se vé cercana otra, de 3065 m. que se accede por una arista famosa llamada el paso del caballo, porque te puedes sentar a horcajadas en algunos metros, una veta blanca marmórea, que cruzo con determinación. Me recreo tranquilamente y me vuelvo a quedar solo en la cumbre, disfrutando de las alturas, buscando rincones conocidos con los prismáticos y las evoluciones de los quebrantahuesos. Al rato salgo pitando para abajo y mucho rato después, con la lluvia ligera cayéndonos, nos encontramos los Ceballos en un ibón para comer juntos. Seguimos bajando, con más lluvia y la tormenta a nuestras espaldas, gustoso de los olores de la tierra mojada, ya casi olvidados. Cansados llegamos al refugio y aún nos queda hora y media. Mucho más cansados y encantados del gran pateo por este valle, llegamos con las últimas luces a nuestro hogar en los soportales que nos cobijan en Senarta. Nos da tiempo a lavarnos un poco en el río antes que llueva con más intensidad, estiramos, nos relajamos, charlamos, tomamos las cerves que nos quedan, preparamos la cena y seguimos disfrutando del día y la noche.

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