"La política masculina, la que habitualmente se llama política aunque con frecuencia no es más que gestión del poder, también la democrática, ha expulsado el amor de la ciudad, de la polis, ya desde su sustancia, que es la educación reglada. De la expulsión del amor de la ciudad es una consecuencia la desvalorización de lo femenino libre y, de ello es consecuencia, a su vez, la violencia contra las mujeres, porque muchas mujeres nos hemos hecho históricamente depositarias del amor, tanto que llegamos a aferrarnos desesperada (y equivocadamente) a él más incluso en las relaciones en las que este ya no alienta, generando mucho desorden y, a la vez, denunciando tenazmente la expulsión del amor de la política masculina. Especialmente en la actualidad, cuando incluso el feminismo ha sospechado del amor, llegando ocasionalmente a decir en el pasado que el amor es "lo que les pierde a las mujeres". Pero es el amor lo que le trae libertad a una mujer, paradojicamente: es lo que hace que ella se encuentre y recupere el punto de vista del origen, de su origen femenino y materno, de su trinidad propia. Entre mujeres se sabe que existe "el espacio infinito de una libertad real, la libertad que el amor otorga a sus esclavos", y que esta libertad -la libertad femenina- vale para mujeres y hombres.
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De donde se deduce que el amor es la mediación necesaria. Es la mediación lo que da felicidad, lo que trae libertad, lo que una mujer que elige serlo encuentra, cuando se mira y se piensa, inscrito en su cuerpo, en su sexo abierto, en su capacidad de ser dos, en su intimidad con la lengua. Es la necesidad lo que esclaviza, porque una mujer vive la felicidad, la libertad y la lengua como necesarias. Y también, sí, porque lo negativo existe, porque la fuerza existe, porque la alteridad existe, porque los hombres históricos existen y han negado reclacitrantemente la felicidad, la libertad y la lengua materna, sobre todo, en Occidente, desde el comienzo de la modernidad, desde que los teóricos del estado moderno (el Estado absoluto o absolutista) quisieron remplazar la llamada de la madre con la llamada del padre y vieron en las brujas una amenza para el Estado, para el Estado masculino que se estaba volviendo imperialista.
¿Por qué tantísimo poder femenino no se consuma? "Cada sociedad tiene sus burkas, y la nuestra tiene los suyos", ha escrito Pilar Babi en la revista Vía Dogana. La idea de que el amor es el signo habla y habla de uno de los principales burkas de las mujeres de nuestra sociedad Occidental. el que tapa el deseo femenino. La mayoría de las mujeres, cuando estamos entre nosotras o cuando reflexionamos a solas, sentimos y decimos que queremos amor, paz, educación, belleza, relación, justicia, aventura, salud, risa, hermandad, palabra seguida de silencio... Pero al salir a la calle nos ponemos el burka del mal menor y dejamos que el deseo femenino ceda ante el masculino y espere. La disparidad con lo real, la disparidad entre el deseo femenino y lo real, nos parece hoy demasiado grande, como si diera miedo. Y, sin embargo, la disparidad es precisamente una petición de mediación, una llamada al amor, a la búsqueda de símbolos femeninos maternos."
María-Milagros Rivera Garretas. El amor es el signo. Educar como educan las madres. Pp. 253-255. Sabina Editorial, Madrid, 2012.
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