lunes, 19 de marzo de 2012

El lenguaje de las fuentes

José jugando con Jesús mientras María los mira

"Las ropas de José revelaban su pobreza. Una túnica que le caía a pedazos, atada con un cinturón de lino, y una gorra de fieltro descolorido similar a la de los griegos. Era muy anciano, y sus manos se habían vuelto pesadas y torpes de trabajar la madera. Apenas ganaba para vivir, pero tampoco necesitaba mucho. La comida era barata y cualquier cosa le satisfacía: encurtidos dulces, frijoles, pan de trigo y membrillo en conserva. Se había dejado crecer la barba pero, a pesar de sus maneras hurañas, la expresión de sus ojos seguía siendo melancólica y dulce, como si estuvieran cuajados de recuerdos.
Vivía en las afueras de Nazaret. No en la misma casa que había ocupado durante años, en compañía de María y Jesús. Vendió esa casa, y se desplazó a otra más humilde, situada en la ladera de la colina caliza. Su techo era de ramas de palmera cubiertas de caña y marga, y el yeso que revocaba las paredes se había ennegrecido con el humo.
La fuente estaba en lo alto de la colina, y José subía cada día a por agua. Llegaba cansado y solía sentarse junto a ella. Al norte, en la distancia, se veían las casas blancas y los templos de Séforis, y más atrás los picos nevados del monte Hermón. Vacas rojas y negras pastaban en la llanura, y a la luz cada vez más débil del sol poniente todo parecía más claro y hermoso.
No era infrecuente que la noche le sorprendiera en aquel lugar. Levantaba los ojos y contemplaba el cielo cuajado de estrellas. ¿Qué hubo allí, en lo alto, antes de la creación del mundo; quién era él; por qué habría sobrevivido a los que amó?"

El lenguaje de las fuentes. Gustavo Martín Garzo
Editorial Lumen

En reconocimiento a mi padre Antonio, que me procuró siempre (y lo sigue haciendo) amor, atención y cuidado.

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